lunes, 24 de agosto de 2015

La leyenda escrita en las paredes de una mansión abandonada (I)

La puerta de acceso a la mansión.
Es una característica propia de tu personalidad. Cuando ves algo que te sorprende, de súbito clavas los frenos de tu coche y cambias el rumbo sin dar opción a los que te acompañan a expresar su parecer. Y estas vacaciones hiciste lo mismo.
Justo en el momento que abandonabais el conocido barrio, morada final de todos los que se fueron a las Indias para hacer fortuna y luego volvieron presa de su locura, fue cuando te diste cuenta de aquella mansión abandonada. La más antigua de todas y, por sus dimensiones, la más grande.
Contemplar su torreón de azulejos verdes y todas las ventanas abiertas de su primera planta lo entendiste como una llamada para que visitases un palacete cuyo estado de abandono, difícil de imaginar, se había convertido en un grito ahogado y eterno del orgullo y el disparate de quienes fueron sus propietarios.
La emoción al descubrir esa villa deshabitada motivó que te equivocases de camino, otro hábito al que también tienes desacostumbrados a los tuyos. Pero no te cortaste un pelo. En medio de una nube de polvo retrocediste con el vehículo casi cien metros para luego adentrarte en un camino empedrado y cubierto a ambos lados por una vegetación casi salvaje, hasta situarte ante la verja de entrada que distaba otros centenares de metros del frontis del edificio.
La puerta de hierros oxidados, sustentada a ambos lados por dos pilares de piedra invadidos por un bosque que parecía querer huir del interior, te recordó la entrada de cualquier cementerio abandonado antes que el de una hacienda de indianos.
De forma aparente la puerta estaba cerrada con un candado, pero no fue hasta que apoyaste tu mano derecha en uno de los barrotes cuando, como por arte de magia, el extremo de la cancela de principios del siglo XIX cedió inesperadamente dando la bienvenida a tu curiosidad. Esa inquietud que, desde pequeño, te llevaba a marear a tu padre con preguntas interminables.
Y eso fue lo que hiciste. No te lo pensaste dos veces y entraste, y exploraste ese lugar con más de un siglo de historia, ya sin preguntar y sin permiso. Deseabas conocer cómo sería su interior, aunque todo te hizo presagiar que había sido prostituido en anteriores ocasiones por curiosos y saqueadores de todo objeto valioso.
Para acceder a la casa te sumergiste en una maleza de metro y medio de altura en donde pagaste tu atrevimiento a base de arañazos en tus brazos y piernas al atravesar un entramado de zarzas, especie que no logró disuadirte, cual alambrada colocada en un área fronteriza.
Fachada principal.
A veinte metros de la misma, el aspecto de la fachada principal era fantasmagórico. La entrada a la mansión la localizaste por el extremo izquierdo y, como si rindieses tus respetos, pasaste por debajo de un escudo que tenía esculpido en piedra las siglas de los apellidos de sus dueños. Una familia sobre la que ignorabas absolutamente todo.
El interior era desolador. No quedaba casi nada. Tus primeras impresiones fueron una danza de sensaciones entre el abandono y la tristeza. Era imposible caminar sin dejar de mirar un suelo que casi no existía en algunas dependencias y que te permitía observar el terreno virgen que en su momento estuvo oculto por un tablado de maderas de extraordinaria calidad.
A pocos metros recibiste otro impacto. Una gran sala que debió ser el salón principal, lugar de paso obligado para conocer el resto de la mansión, todavía albergaba una robusta mesa de billar situada a los pies de una escalera de mármol blanco. Otra seña evidente del nivel económico que tuvieron los dueños de ese inmueble de estilo colonial. Este hallazgo te puso en alerta. No estabas en una mansión cualquiera.
La mesa de juegos aún permanecía allí debido a su propio peso, aunque anteriores intrusos, o vándalos, ya se encargaron de rasgar el característico tapete color verde obviando, quizás, que hacían un favor para que no se descubriesen las posibles carambolas de la vida de quienes jugaron sobre ese gran tablero o los actos de amor que pudieron llevarse a cabo rubricados con el más absoluto silencio. Estos hallazgos te hicieron presagiar que allí se sucedieron unos hechos extraordinarios que motivaron la eliminación interesada del más mínimo rastro del estilo de vida de sus dueños. 
Un poco más atrás de esa mesa y bajo la escalera encontraste un piano, cuya arpa y tabla armónica estaban reventadas a patadas, pero que te empeñaste en averiguar si sonaba al accionar algunas de las piezas del clavijero. Y sonó...
Y tremendo susto te llevaste, amigo, porque los techos altos de la sala, que favorecían el eco de la misma, te recordaron el miedo que pasaste aquel día que te dejaron ver en televisión, con casi 12 años, la película francesa 'La leyenda la mansión del infierno'.
Hasta que no cesó el sonido no tuviste el valor de subir por los peldaños de mármol que te guiaron a las dependencias de la primera planta. Aquí te jugabas la vida si te apoyabas en el pasamanos de madera desde el que podías admirar e imaginar el esplendor del salón de la planta inferior así como del resto de la casa. 
A partir de este lugar la soledad y la desolación fueron tu única compañía. El paisaje interior estuvo marcado por el deterioro de sus paredes y los techos de las habitaciones, en las que se podía observar el esqueleto de las estructuras de madera que sujetaban lo que no pudieron mantener sus propietarios o, probablemente, lo que acabó con ellos el resto de su vida: los recuerdos que allí vivieron. Las fiestas de sociedad que con total certeza se celebraron y cuya asistencia debió ser casi una obligación por temor a la exclusión de una casta social a la que no era fácil pertenecer.
Detalle del estado de las ventanas.

Avanzaste con dificultad por el resto del palacete entre trozos de cristales, fragmentos de yeso desconchados como metralla y tabiques destrozados que dejaban ver en su interior el armazón de un hierro fundido en los cercanos altos hornos. Guiño también de la opulencia y garantía de que nunca caerían sus paredes ni la estructura de acero que las mantenían en pie, pese a que algún día de algún siglo este lugar acabase desvalijado. Y así lo entendiste. A la muerte de sus moradores, estos se hundieron en el olvido del tiempo pero no la construcción de su locura.
Tampoco se desplomarían las fachadas exteriores que sobrepasaban en altura los muros que cercaban esa casona con un gran jardín y otro edificio anexo que pudo hacer las funciones de cuarto de aperos o también de caballerizas y custodia de los carruajes o, incluso, de la servidumbre.
Tras sortear en el suelo varios boquetes que parecían el resultado de un bombardeo al azar, decidiste buscar lo que siempre piensas que debe tener una edificación tan singular y misteriosa, un sótano. Y no te equivocaste con tu presentimiento.
Este lugar estaba justo debajo de una escalera de servicio, a modo de caracol, que llevaba a un refugio subterráneo flanqueado por una inexplicable verja de hierro. Penetrar en este espacio fue una tremenda osadía. Los antepenúltimos y últimos escalones de madera constituían dos auténticas trampas en la oscuridad, porque las aristas de madera en las oquedades de los peldaños hacían la función de ratoneras sobre tus piernas. Entonces no tendrías escapatoria si nadie conocía tus intenciones de adentrarte en el subsuelo de esa villa.
Todo parecía estar preparado para que no regresase quien tuviese la desmesurada curiosidad por saber qué albergaba esa sala de aspecto fúnebre en la que solo habían viejas botellas de vino y champán junto a innumerables frascos con pociones de dudoso uso y efecto. Te sobrecogiste de nuevo al tener la sensación de hacer un viaje a un pasado que nunca conociste por entrar en una sala tan antigua y terrorífica. La bodega te advertía por si sola que no debías permanecer mucho tiempo en este espacio.
Y tuviste miedo. Un miedo atroz que se esfumó por un pequeño hueco al descubrir el color verde de la vegetación a ras del suelo del exterior, situado a metro y medio de altura.
Al igual que haces cuando accedes a cualquier lugar, ni tocaste ni te llevaste nada porque sabes que cualquier cosa que roces pierde la histórica posición de su identidad custodiada en el tiempo.
Dos horas después de explorar el interior la sensación que te quedó fue que la casa murió cuando se murieron sus dueños, quienes no debieron gozar de una vida muy feliz porque, después de su ausencia, y observado su total abandono, nadie, absolutamente nadie quiso hacerse cargo de esa herencia sustentada en un patrimonio arquitectónico, epicentro de una existencia que no tuvo un buen final y cuyo desamparo se advertía durante toda la visita.
Contemplar el vacío de la mansión era como moverse entre los bastidores de un escenario en donde sus moradores habían sido protagonistas de una larga obra teatral que acababa con el fallecimiento de los mismos, quedando las paredes destartaladas como decoración de un desolado, polvoriento y agónico espacio.
Sin embargo, unos minutos antes de dejar el palacete descubriste un detalle que encogió el corazón y te hizo un nudo en la garganta que te mantuvo en un discreto y prudente silencio hasta abandonar el lugar.
En la primera planta, en el ala norte, en una de las habitaciones cuya ventana permite ver el mar Cantábrico en el horizonte, alguien escribió un graffiti en una pared que parecía recordar el deseo de quien ingenió la construcción de esa villa.
El indiano y propietario de esa mansión sabía con certeza, por la vida de despilfarro que le llevó a edificar ese inmueble, que en el futuro, a la muerte de su última moradora, ese lugar quedaría deshabitado, abandonado, y aunque todo su interior desapareciese, excepto sus puertas, ventanas, suelos y techos, permanecerían sus paredes como únicos testigos silenciosos de lo que allí se vivió.
El graffiti.
Y eso fue lo que sucedió en el transcurso de tu visita. Las paredes fueron las únicas que te 'hablaron' como si se tratase de una psicofonía perceptible, pero no fácil de interpretar. La historia quedó en las paredes y las paredes permanecían para toda la vida, porque la leyenda que descubriste rezaba: "Todos los días de mí vida", cuyo punto y final era el boceto de un corazón. 
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14 comentarios:

  1. Parece que tenemos aficiones similares...Me encantaría saber donde se encuentra. Felicidades.

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    1. Sí que tenemos aficiones similares, Gemma. Debido a un compromiso explícito con los herederos de esa mansión, no se dará a conocer el lugar exacto hasta la segunda parte de la historia. Gracias por tus comentarios y un fuerte abrazo.

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  2. Hay lugares abandonados, ruinas, que tienen una magia especial. A mi me atraen de una forma irresistible, invitándome a recorrerlos, como te ha sucedido a ti con esta mansión. Tu relato me ha transportado a ese lugar y me has transmitido esa sensación de nostalgia de lo perdido. Me ha parecido estar recorriendo el lugar mientras leía tus palabras. Gracias por trasladarme hasta allí. Un abrazo.

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    1. Tienes mucha razón, las ruinas tienen una magia especial que no es fácil captar y mostrar por medio de un texto. Gracias a ti por tus palabras, Cinhalam. Celebro haberte llevado a ese lugar a través de mis palabras y transmitirte la misma sensación que percibí en esa mansión abandonada. Un fuerte abrazo.

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  3. Todos los dias de mi vida me quedo con ese "detalle"entre otros😙

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  4. Tu relato consigue trasladarme al Cantabrico y a pensar en las vidas que habitarian esa mansion, en su momento
    Me gusta inaginarme las vidas de los demas, a traves de cortinas, ventanas o con relatos como el tuyo
    Y que decir de la frase"toda la vida...", la hago mia
    Una vez mas graciassss

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    1. Saber que mi relato te ha trasladado al Cantábrico es un lujo. Conseguir que logres imaginarte la vida quienes vivieron como yo también la imaginé, es un logro. Lograr que la leyenda escrita en la pared la hagas tuya, para mí es un regalo. Muchísimas gracias, Chus, por tu comentario. Un fuerte abrazo.

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  5. Enhorabuena. Fantástica literatura descriptiva y evocadora de recuerdos perdidos. Un abrazo.

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  6. Que bonito, se me ponen los pelos de punta.. cuanto misterio en una frase. Cuando escribes nos trasmites a través de tus palabras tantas cosas,.
    Enhorabuena por ese don que tienes! :)

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    1. Gracias de corazón, Chity. También me ha emocionado tu comentario por poner en valor lo único que sé hacer en esta vida: escribir y sacar fotos. Un fuerte y entrañable abrazo.

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  7. Excelente post. Se incrementa mi dolor por haber estado dos veces allí y no haber podido entrar.

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    1. Muchas gracias. Yo sentí lo mismo pero te adelanto -de la segunda parte que saldrá en unos días-, que la clave para acceder está en un familiar de los antiguos propietarios. Una persona extraordinaria que fue un lujo conocer y tratar.

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