jueves, 6 de octubre de 2016

Flore de Maillard, un regalo para el alma

Iglesia del Monasterio de Sobrado dos Monxes.
Verano. Una estación que nunca soportas. No aguantas el calor pese a haber nacido donde naciste. Por esta razón, en este período del año, cada vez que te diriges a cualquier lugar, aunque estés de turismo, el camino se te hace más largo de lo habitual y profundamente soporífero. Pero en esta ocasión fue diferente. Gracias a la paciencia para sobrellevar el bochorno de aquel día, tuviste la suerte de vivir una experiencia difícil de olvidar.
Aquella tarde de agosto te dirigiste con tu coche a uno de los cenobios más antiguos existentes en Galicia, el Monasterio cisterciense de Santa María de Sobrado, o Sobrado dos Monxes, como más te gusta llamarlo y también como se le conoce de forma popular.
A esas horas, pese a lo avanzado de la tarde, aún hacía un calor infernal y por no bajarte antes de tiempo optaste por atravesar el primer pórtico con el vehículo, cuyo interior parecía una nevera, debido a la manía que tienes de regular el aire acondicionado por debajo de los dieciocho grados de temperatura. Al momento te arrepentiste al darte cuenta que existen lugares en los que uno nunca debe adentrarse con el coche pese a que esa licencia esté permitida.
El acceso al recinto monacal lo precede un estrecho túnel en granito, que da nombre a la antigua Casa de las Audiencias del monasterio, la Casa del Arco. Edificación cuya entrada significa la frontera entre la vida mundana -la plaza del pueblo de Sobrado flanqueada por un par de cafeterías con terrazas y niños jugando por las inmediaciones-, y el recogimiento propio y silencioso en el que, de inmediato, te encuentras inmerso una vez que traspasas la galería que conduce a los terrenos del monasterio.
Una vez en su interior aparcaste debajo de unos robles -con la idea premeditada de buscar sombra a toda costa en cuanto te bajases del vehículo- para, acto seguido, caminar por la explanada de hierba seca hasta llegar a la Portería, situada a pocos metros en el edificio anexo a la derecha de la fachada principal de la iglesia.
Vista parcial del claustro de los medallones.
Después de pagar el coste simbólico que te permite visitar los dos claustros -el de los Medallones y el de los Peregrinos-, además del propio templo, la hospedería y el albergue, siguiendo un pequeño plano que te facilitaron en la entrada, enfilaste tus pasos en dirección a la sacristía, desde la que accediste a la iglesia en busca del lugar más fresco que pudieses encontrar. Porque esa es otra noción que guardas en la memoria de los veranos de tu infancia en Sevilla. En pleno mes de agosto no existe otro lugar más fresco y cómodo en la ciudad andaluza que el interior de la propia Catedral hispalense. Y en esta ocasión tampoco te equivocaste. Esa tarde, bajo las bóvedas de la iglesia de Sobrado dos Monxes había una diferencia de temperatura de casi diez grados menos respecto al exterior, y con cierto alivio pensaste “Chaaacho… esto ya es otra cosa”.
Tu particular curiosidad te llevó por el interior del templo a la sobria capilla de San Juan Bautista, ubicada a la izquierda del altar, una construcción románica en la que destacan la parquedad de sus elementos decorativos, para proseguir por la capilla del Rosario cuya ejecución de la obra data del siglo XVII.
A continuación, y con la discreción que impone el silencio que reina en el interior del templo, en donde la humedad en la piedra de granito cohabita con el musgo en sus zonas más expuestas al sol, volviste sobre tus pasos para adentrarte, a través de un pequeño túnel en zigzag de estilo renacentista, hasta alcanzar el final de la sacristía. Aquí te deleitaste contemplando un fresco realizado en una pared en la que todavía figuran los denominados doctores de la iglesia latina: San Jerónimo; San Gregorio; San Agustín y San Ambrosio. Este lugar es una sala de base cuadrangular, coronada en su techo por una pequeña cúpula esférica, que antaño albergó reliquias de vete tú a saber quién…
En ese preciso instante fue cuando sucedió lo mejor que te puede ocurrir cuando visitas un monasterio o una iglesia románica. De súbito, las paredes de esa sala se hicieron eco de una voz, una voz femenina que entonaba un canto religioso, circunstancia que no suele ser habitual salvo que te encuentres en el Monasterio de Santa María la Real de Las Huelgas, en Burgos, en donde recordabas haber escuchado por última vez a un coro de monjas, casualmente también cistercienses, como la comunidad que reside en Sobrado dos Monxes.
La reverberación de aquella voz de mujer te sumió en un estado de profunda serenidad que envolvió tu cuerpo hasta estremecerte. La sensación fue de tal magnitud que todavía no recuerdas cómo retrocediste sobre tus pasos sin tropezar en los cantos de las losas cuadradas del suelo. Estabas absorto, maravillado, y tu respiración se volvió profundamente suave.
Aquella interpretación te cautivó porque era un concierto muy limpio, con un desarrollo tonal y armónico perfecto, tanto que incluso te llegaste a decir “pedazo de cd”. 
Cada minuto que transcurría te quedabas más atónito por la extraordinaria sonoridad del lugar, en donde, sin embargo empezabas a extrañarte de no ver ningún altavoz en tu recorrido de vuelta al altar mayor.
Pero si no había altavoces –como ya te habías percatado-,  si no se encontraba nadie en el coro y tampoco en el altar, ni en las capillas adyacentes, ni al pie de alguna columna, entonces ¿de dónde venía esa voz que atribuías a una extraordinaria grabación?
Esa voz era de una joven peregrina que se encontraba sentada en un banco situado en la primera fila, a diez metros frente a la mesa de piedra consagrada.
Flore de Maillard.
Con vestimenta propia de caminar  una media de veinte kilómetros diarios, el pelo rizado y despeinado sobre sus hombros, las palmas de las manos hacia arriba apoyadas sobre sus muslos en posición de rezo y con los pies descalzos, la imagen de esa chica te sobrecogió hasta sentir de nuevo un tremendo escalofrío por todo tu cuerpo. Esta vez te quedaste inmóvil sin poder avanzar un paso más.
Cuando conseguiste reaccionar, te sentaste frente a ella en el primer escalón dejando a tu espalda el sobrio y frío altar. Aquella chica cantaba con los ojos cerrados y en las pausas, entre cántico y cántico, también se mantenía de igual manera, en absoluta concentración, abstraída en el propio ambiente monacal de la iglesia.
Poco tiempo después, en uno de esos intermedios abrió los ojos lentamente y fue cuanto te encontró frente a ella a la misma distancia. La sonrisa que te esbozó para ti significó que no estaba incómoda por haberte sentado delante, a esos escasos diez metros, con el fin de escucharla en el más absoluto recogimiento.
Al cabo de unos minutos, ella sacó un cazo metálico y lo puso a sus pies por si alguien deseaba dejarle alguna propina por la bendición de sus canciones, ya que eso fue lo que sentiste al escucharla, un momento de verdadera felicidad. Un regalo para el alma.
Pasada media hora de oírla cantar y aprovechando otra de sus pausas, se le acercó un compañero para hablar con ella, ocasión que procuraste para ponerte a su lado y esperar tu vez para preguntarle de dónde procedía.
En un tono de voz muy bajo y melódico, casi como un susurro y con acento francés, te dijo que venía caminando desde Francia y que se llamaba Flore, a lo que le replicaste:
-¿Flore, qué más?
-Flore de Maillard.
Respuesta que volviste a alegar, esta vez con mayor admiración y en igual susurro, al expresarle que tiene “un nombre precioso”. Comentario por el que ella te obsequió en silencio con otra dulce sonrisa.
Flore te explicó, en una breve charla, que la razón por la que había salido a hacer el Camino de Santiago fue para encontrar el enfoque que deseaba dar a su vida y, en particular, saber además a qué dedicar sus estudios de canto. Aunque su decisión final no te fue ajena. El rumbo que ella había elegido te conmovió todavía más.
Aquella joven peregrina te confesó que desea utilizar sus conocimientos de música y canto para “sanar con su voz, para ayuda y alivio de todas aquellas personas que lo necesiten". Prueba de esto fue la espiritualidad que Flore te transmitió y percibiste en cada una de sus interpretaciones gracias a la belleza de sus melodías y, sobre todo, a la paz que te infundió al escuchar su voz. La voz de Flore… Flore de Maillard. 
(Dedicado a Ignacio Acuña Castiñeira).
© Copyright 2016

16 comentarios:

  1. "Ella ergo advocata nostra i los tuis misericordes óculos ad nos converte".

    Hace mucho que estudié esta canción en latín en mi colegio, Hermanas Franciscana s de La Divina Pastora para cantarla en el coro.
    Me la has devuelto a la memoria con tu testimonio y la voz maravillosa de Flore. Gracias a los dos por vuestra sensibilidad y por tener la deferetde compartir estos momentos mágicos.
    Por cierto, tienes el don de la ubicuidad para poder disfrutar de estos milagros?. Envidia me dasss. No me importaría compartir uno de ellos contigo. Bicosss.

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    1. Hola Gemma. Tuve mucha suerte. En verano me hablaron del citado Monasterio y lo visité de regreso a casa. Lo que no me imaginaba fue la sorpresa que me encontraría con Flore, porque significó todo un regalo. Cuando desees estás invitada a venirte de viaje por monasterios, ruinas y lugares en los que se hizo historia. Muchas gracias por tu comentario. Besos.

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  2. Regalo para el alma que siempre me dejas al leer tus relatos

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    1. Regalo tu comentario, Conchy, que dejas mi alma sin saber con qué palabras responderte. Un abrazo.

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  3. Qué bonita historia y qué regalazo te ha hecho la vida estando en el sitio y momento adecuados.
    Mil gracias por compartirla y hacernos partícipes de tu vivencia, con "ángel" incluído.
    Bss.

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    1. La verdad que la vida me hace regalos justo en el momento en que menos los espero y eso es lo bueno de la vida, la cual, ya de por sí es un regalo. Besos.

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  4. Qué bonita historia y qué regalazo te ha hecho la vida estando en el sitio y momento adecuados.
    Mil gracias por compartirla y hacernos partícipes de tu vivencia, con "ángel" incluído.
    Bss.

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    1. La verdad que la vida me hace regalos justo en el momento en que menos los espero y eso es lo bueno de la vida, la cual, ya de por sí es un regalo. Muchas gracias, Katita. Besos.

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  5. Realmente el sonido de su voz es un regalo, un don que Flore tiene la generosidad de compartir y que, efectivamente, posee la capacidad de sanar el alma. Transmite muchísima paz. La personas con un don, bien sea su voz, su capacidad de transmitir a través de la palabra escrita, o a través de una obra pictórica, deben compartirlo porque las ideas deben salir libres e inspirar las ideas y la sensibilidad de otras personas. Cualquier forma de arte debe inundar el alma de aquellos que las disfrutan.

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    1. Coincido totalmente contigo, Cinhalam. Ese fue mi propósito a la hora de escribir esta historia: compartir la experiencia de haber escuchado a Flore. Un don que debe ser divulgado para que también inunde el alma de aquellos que todavía no la conocen y la puedan disfrutar.

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  6. Relato que transmite paz y tranquilidad, como solo tu sabes hacerlo
    Gracias Jose Maria

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  7. Precioso relato.La peregrinación en solitario o en compañía siempre revela nuevos caminos para el alma y el de Flore es realmente hermoso. Lola Romero.

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    1. Es verdad lo que indicas, Lola. La peregrinación siempre revela nuevos caminos para el alma de quien la hace y también inspira a quienes observan a los peregrinos al contemplar el semblante de estos y cuya narración de sus experiencias se convierte en una invitación para peregrinar.

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  8. ¿Estas seguro de que era una mujer, mira que los ángeles no tienen sexo?

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    1. Muy agudo, Ignacio. Te aseguro que sí que era una mujer y, ante las posibles dudas como las que ingeniosamente planteas, fue por lo que decidí subir el vídeo. Muchas gracias por tu comentario tan ocurrente. Un abrazo.

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