Iglesia del Monasterio de Sobrado dos Monxes. |
Aquella tarde de agosto te dirigiste con tu coche a
uno de los cenobios más antiguos existentes en Galicia, el Monasterio
cisterciense de Santa María de Sobrado, o Sobrado dos Monxes, como más te gusta llamarlo
y también como se le conoce de forma popular.
A esas horas, pese a lo avanzado de la tarde, aún hacía
un calor infernal y por no bajarte antes de tiempo optaste por atravesar el primer
pórtico con el vehículo, cuyo interior parecía una nevera, debido a la manía que tienes de regular el aire acondicionado por debajo de los dieciocho grados de temperatura. Al
momento te arrepentiste al darte cuenta que existen lugares en los que uno nunca debe adentrarse con el coche pese a que esa licencia esté permitida.
El acceso al recinto monacal lo precede un
estrecho túnel en granito, que da nombre a la antigua Casa de las Audiencias
del monasterio, la Casa del Arco. Edificación cuya entrada significa la
frontera entre la vida mundana -la plaza del pueblo de Sobrado flanqueada por
un par de cafeterías con terrazas y niños jugando por las inmediaciones-, y el
recogimiento propio y silencioso en el que, de inmediato, te encuentras inmerso
una vez que traspasas la galería que conduce a los terrenos del monasterio.
Una vez en su interior aparcaste debajo de unos robles -con
la idea premeditada de buscar sombra a toda costa en cuanto te bajases del
vehículo- para, acto seguido, caminar por la explanada de hierba seca hasta llegar a la
Portería, situada a pocos metros en el edificio anexo a la derecha de la
fachada principal de la iglesia.
Vista parcial del claustro de los medallones. |
Tu particular curiosidad te llevó por el interior del templo a la sobria capilla de San Juan Bautista, ubicada a la izquierda del
altar, una construcción románica en la que destacan la parquedad de sus
elementos decorativos, para proseguir por la capilla del Rosario cuya
ejecución de la obra data del siglo XVII.
A continuación, y con la discreción que impone el
silencio que reina en el interior del templo, en donde la humedad en la piedra
de granito cohabita con el musgo en sus zonas más expuestas al sol, volviste
sobre tus pasos para adentrarte, a través de un pequeño túnel en zigzag de
estilo renacentista, hasta alcanzar el final de la sacristía. Aquí te deleitaste
contemplando un fresco realizado en una pared en la que todavía figuran los
denominados doctores de la iglesia latina: San Jerónimo; San Gregorio; San
Agustín y San Ambrosio. Este lugar es una sala de base cuadrangular, coronada en
su techo por una pequeña cúpula esférica, que antaño albergó reliquias de vete
tú a saber quién…
En ese preciso instante fue cuando sucedió lo mejor
que te puede ocurrir cuando visitas un monasterio o una iglesia románica. De
súbito, las paredes de esa sala se hicieron eco de una voz, una voz femenina
que entonaba un canto religioso, circunstancia que no suele ser habitual salvo
que te encuentres en el Monasterio de Santa María la Real de Las Huelgas, en
Burgos, en donde recordabas haber escuchado por última vez a un coro de monjas,
casualmente también cistercienses, como la comunidad que reside en Sobrado dos
Monxes.
La reverberación de aquella voz de mujer te sumió en
un estado de profunda serenidad que envolvió tu cuerpo hasta estremecerte. La
sensación fue de tal magnitud que todavía no recuerdas cómo retrocediste sobre tus
pasos sin tropezar en los cantos de las losas cuadradas del
suelo. Estabas absorto, maravillado, y tu respiración se volvió profundamente suave.
Aquella interpretación te cautivó porque era un
concierto muy limpio, con un desarrollo tonal y armónico perfecto, tanto que incluso te llegaste a decir “pedazo de cd”.
Cada minuto que transcurría te quedabas más atónito por la extraordinaria sonoridad del lugar, en donde, sin embargo empezabas a extrañarte de no ver ningún altavoz en tu recorrido de vuelta al altar mayor.
Cada minuto que transcurría te quedabas más atónito por la extraordinaria sonoridad del lugar, en donde, sin embargo empezabas a extrañarte de no ver ningún altavoz en tu recorrido de vuelta al altar mayor.
Pero si no había altavoces –como ya te habías percatado-, si no se encontraba nadie en
el coro y tampoco en el altar, ni en las capillas adyacentes, ni al pie de
alguna columna, entonces ¿de dónde venía esa voz que atribuías a una extraordinaria
grabación?
Esa voz era de una joven peregrina que se
encontraba sentada en un banco situado en la primera fila, a diez metros frente
a la mesa de piedra consagrada.
Flore de Maillard. |
Cuando conseguiste reaccionar, te sentaste frente a
ella en el primer escalón dejando a tu espalda el sobrio y frío altar. Aquella
chica cantaba con los ojos cerrados y en las pausas, entre cántico y cántico,
también se mantenía de igual manera, en absoluta concentración, abstraída en el
propio ambiente monacal de la iglesia.
Poco tiempo después, en uno de esos intermedios abrió los
ojos lentamente y fue cuanto te encontró frente a ella a la misma distancia. La
sonrisa que te esbozó para ti significó que no estaba incómoda por haberte
sentado delante, a esos escasos diez metros, con el fin de escucharla en el más
absoluto recogimiento.
Al cabo de unos minutos, ella sacó un cazo metálico y
lo puso a sus pies por si alguien deseaba dejarle alguna propina por la bendición
de sus canciones, ya que eso fue lo que sentiste al escucharla, un momento de verdadera felicidad. Un regalo para el alma.
Pasada media hora de oírla cantar y
aprovechando otra de sus pausas, se le acercó un compañero para hablar con ella,
ocasión que procuraste para ponerte a su lado y esperar tu vez para preguntarle de dónde procedía.
En un tono de voz muy bajo y melódico, casi como un
susurro y con acento francés, te dijo que venía caminando desde Francia y que
se llamaba Flore, a lo que le replicaste:
-¿Flore, qué más?
-Flore de Maillard.
Respuesta que volviste a alegar, esta vez con
mayor admiración y en igual susurro, al expresarle que tiene “un nombre
precioso”. Comentario por el que ella te obsequió en silencio con otra dulce sonrisa.
Flore te explicó, en una breve charla, que la razón por la que había salido a hacer el Camino
de Santiago fue para encontrar el enfoque que deseaba dar a su vida y, en
particular, saber además a qué dedicar sus estudios de canto. Aunque su decisión
final no te fue ajena. El rumbo que ella había elegido te conmovió todavía más.
(Dedicado a Ignacio Acuña Castiñeira).
"Ella ergo advocata nostra i los tuis misericordes óculos ad nos converte".
ResponderEliminarHace mucho que estudié esta canción en latín en mi colegio, Hermanas Franciscana s de La Divina Pastora para cantarla en el coro.
Me la has devuelto a la memoria con tu testimonio y la voz maravillosa de Flore. Gracias a los dos por vuestra sensibilidad y por tener la deferetde compartir estos momentos mágicos.
Por cierto, tienes el don de la ubicuidad para poder disfrutar de estos milagros?. Envidia me dasss. No me importaría compartir uno de ellos contigo. Bicosss.
Hola Gemma. Tuve mucha suerte. En verano me hablaron del citado Monasterio y lo visité de regreso a casa. Lo que no me imaginaba fue la sorpresa que me encontraría con Flore, porque significó todo un regalo. Cuando desees estás invitada a venirte de viaje por monasterios, ruinas y lugares en los que se hizo historia. Muchas gracias por tu comentario. Besos.
EliminarRegalo para el alma que siempre me dejas al leer tus relatos
ResponderEliminarRegalo tu comentario, Conchy, que dejas mi alma sin saber con qué palabras responderte. Un abrazo.
EliminarQué bonita historia y qué regalazo te ha hecho la vida estando en el sitio y momento adecuados.
ResponderEliminarMil gracias por compartirla y hacernos partícipes de tu vivencia, con "ángel" incluído.
Bss.
La verdad que la vida me hace regalos justo en el momento en que menos los espero y eso es lo bueno de la vida, la cual, ya de por sí es un regalo. Besos.
EliminarQué bonita historia y qué regalazo te ha hecho la vida estando en el sitio y momento adecuados.
ResponderEliminarMil gracias por compartirla y hacernos partícipes de tu vivencia, con "ángel" incluído.
Bss.
La verdad que la vida me hace regalos justo en el momento en que menos los espero y eso es lo bueno de la vida, la cual, ya de por sí es un regalo. Muchas gracias, Katita. Besos.
EliminarRealmente el sonido de su voz es un regalo, un don que Flore tiene la generosidad de compartir y que, efectivamente, posee la capacidad de sanar el alma. Transmite muchísima paz. La personas con un don, bien sea su voz, su capacidad de transmitir a través de la palabra escrita, o a través de una obra pictórica, deben compartirlo porque las ideas deben salir libres e inspirar las ideas y la sensibilidad de otras personas. Cualquier forma de arte debe inundar el alma de aquellos que las disfrutan.
ResponderEliminarCoincido totalmente contigo, Cinhalam. Ese fue mi propósito a la hora de escribir esta historia: compartir la experiencia de haber escuchado a Flore. Un don que debe ser divulgado para que también inunde el alma de aquellos que todavía no la conocen y la puedan disfrutar.
EliminarRelato que transmite paz y tranquilidad, como solo tu sabes hacerlo
ResponderEliminarGracias Jose Maria
Muchísimas gracias, Chus. Un abrazo.
EliminarPrecioso relato.La peregrinación en solitario o en compañía siempre revela nuevos caminos para el alma y el de Flore es realmente hermoso. Lola Romero.
ResponderEliminarEs verdad lo que indicas, Lola. La peregrinación siempre revela nuevos caminos para el alma de quien la hace y también inspira a quienes observan a los peregrinos al contemplar el semblante de estos y cuya narración de sus experiencias se convierte en una invitación para peregrinar.
Eliminar¿Estas seguro de que era una mujer, mira que los ángeles no tienen sexo?
ResponderEliminarMuy agudo, Ignacio. Te aseguro que sí que era una mujer y, ante las posibles dudas como las que ingeniosamente planteas, fue por lo que decidí subir el vídeo. Muchas gracias por tu comentario tan ocurrente. Un abrazo.
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