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Servando Hernández en la desaparecida cafetería 'Kanguro'. |
En una época de tu vida
tuviste un padrino, que no un padre; un gran consejero más que un amigo; un
protector más que un ángel custodio; una persona muy sincera antes que un simple
pariente.
Servando Hernández
Rodríguez era tu padrino o tú eras su ahijado, según cómo se entendiese esta
relación. Lo conociste gracias a los enmarañados lazos parentales que cualquier
clan familiar externo mantiene en la distancia geográfica, como si de una etnia
hindú se tratase, en donde basta preguntar por alguien y, en cuestión de días,
te lo localizan en cualquier lugar del planeta.
Natural de Güímar,
Tenerife, estaba casado con Lolita Martínez Rossi, nacida en San Miguel de La
Palma, la “Isla bonita”, calificativo al que ambos hicieron honor debido a sus
destacados caracteres humildes y por su ayuda desinteresada a quienes los
trataron y tuvieron el placer de conocerlos.
Tu padrino fue uno de
los primeros presidentes de la Agrupación Fotográfica de Gran Canaria (AFGC),
cuando esta institución tenía su sede en una casa señorial situada en la calle
Obispo Codina, inmueble que antaño fue la residencia de José Mesa y López, presidente
del Cabildo de la Isla y dos veces alcalde capitalino antes de la guerra civil
española. Una hermosa casa señorial situada a la entrada del Barrio de Vegueta,
a pocos metros del Puente de Piedra que cruzaba el Guiniguada en dirección a la
Catedral de Santa Ana, en la capital grancanaria.
La vinculación de
Servando con la conocida institución te sirvió de aliciente y contribuyó de
forma decisiva en tu inmersión en el mundo de la fotografía, aunque siempre
tutelado por él con el claro objetivo de que no te estrellases por mor de tu adolescente
ingenuidad y tu espíritu de aventurero novato.
Fruto de este proteccionismo,
nunca olvidarás la primera bronca que te echó cuando, con catorce años, te
enfundaste la gabardina gris de tu padre y burlaste el cordón policial
establecido frente al colegio Teresiano, en el barrio de Ciudad Jardín, para
sacar fotos con una cámara automática (una Kodak Ektra 22 –EF con flash
incorporado), haciéndote pasar un fotógrafo de prensa perteneciente a un medio
de comunicación ya inexistente por aquellos tiempos.
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Cámara Kodak Ektra 22-EF |
A los pocos minutos de
sacar tus instantáneas a un vehículo volcado con las ruedas hacia arriba que
obstaculizaba el tráfico en la calle Pío XII, te dirigiste a la casa de tu
padrino, situada en el otro extremo de la ciudad, con el propósito de pedirle
que te revelara el carrete con la pretensión de enviar las fotos a los
periódicos. Y aquí empezó uno de los episodios que marcarían tu futuro
profesional, y de qué manera…
Servando ya sabía lo
que habías hecho al avisarle por teléfono sobre el motivo por el que te
acercabas a su domicilio, circunstancias y tiempo que le sirvieron para
preparar una escena que aún te resulta imborrable y con la que no logró
persuadirte de la profesión a la que deseabas dedicarte.
Tere, su hija mayor -a
quien siempre profesaste una verdadera adoración, propia de una hermana mayor-
fue quien te recibió y, para tu sorpresa y con la sana intención de evitarte un
impacto inminente, en voz baja te advirtió: “Prepárate…”.
Con un semblante serio,
propio de quien recibe la noticia del fallecimiento de un allegado, Servando te
esperaba sentado en el sillón del salón, situado en el extremo izquierdo
delante de la librería, con una rodilla apoyada sobre la otra y los codos
descansados en los reposabrazos. La televisión estaba apagada, la lámpara de la
sala encendida, al contrario que la del vestíbulo, en donde, por el aviso
susurrante de Tere y la propia penumbra de la antesala, se convirtió en un túnel
cuyo final era la figura de tu padrino con la mirada clavada en todo sujeto que
entrase en la estancia en donde te esperaba. De súbito y, sin dejarte mediar
algún saludo, te espetó a voz en grito:
-¡¿Estás loooco?!
Sus primeras palabras te
hicieron salivar de inmediato unida a una descarga escalofriante por todo tu
cuerpo, al tiempo que tu lenguaje corporal -moviéndote casi de lado, buscando la
mirada compasiva de Tere-, advertía la vergüenza que comenzabas a sufrir por la
reprimenda que no había hecho más que empezar.
El enfado de Servando
fue monumental y así lo viviste a tu edad por saltarte a la torera todas las
normas: menor de edad; suplantación profesional; engaño; violación del espacio
delimitado por la Policía… Lo tenías todo para acabar detenido y, de camino, también
fulminar a tu madre de un infarto por el disgusto que podías haberle originado,
pero tuviste suerte. Suerte relativa porque de la casa de tu padrino saliste más
que trasquilado por el cirio que te había montado aquella noche.
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Cartel de la película 'Los gritos del silencio' |
Para remate de todo lo
acontecido, días después fuiste al cine con un amigo de la escuela a ver ‘The
killing fields’; un filme basado en las experiencias en Camboya de dos periodistas
y un reportero gráfico durante el régimen de los Jemeres Rojos. Una película
que te impactó de tal manera que, pese a la bronca de Servando, remarcó aún más
tu decisión de dedicarte a la fotografía de prensa.
Cinco años después y, gracias
a tu madre, a tus manos llegaba por recomendación de tu padrino una Nikon FM2. Cuerpo
de la cámara igual al que él utilizaba para todos sus trabajos fotográficos y
posteriores exposiciones que realizó durante el resto de su vida. Para ti, una
joya de la ingeniería de la fotografía analógica.
Humor
socarrón
Al igual que muchos
isleños, Servando emigró junto a su mujer a Venezuela, la ‘octava Isla’ para
los canarios. Allí nacieron sus hijos Tere y Javier. Entre las distintas
dedicaciones profesionales de las que le recuerdas hablar, además de una publicación
que llevaron a cabo, hubo una anécdota que siempre te resultó extraordinaria.
Tu padrino destacaba
por un gran sentido del humor socarrón unido a una extraordinaria experiencia profesional.
En un encuentro con empresarios del sector de la industria petrolífera en
Caracas, en el momento de las presentaciones le tocó estrechar la mano a uno de
los empresarios más conocidos del planeta, John Davison Rockefeller, Jr, y en
ese preciso segundo, Servando de inmediato pensó que estaba siendo objeto de
una broma por parte de sus compañeros, por lo que decidió seguir la corriente
como si nada sucediese.
Minutos después y
llegado el cóctel no se le ocurrió otra cosa que acercarse a ese señor que le
habían presentado como Rockefeller -con la intención de desenmascarar la broma de
la que creía que había sido objeto- y dándole un leve toque en el hombro con la
palma de la mano le dijo:
-¿Quéee? ¡Con que John
Rockefeller eh…!
Y efectivamente. Frente
a sus ojos se encontraba el único descendiente del conocido magnate
norteamericano del petróleo, míster Rockefeller. Servando sostenía que, de no
ser por los amigos allí presentes, quienes se vieron obligados a sujetarlo por
los brazos por temor a que cayese al suelo desplomado de la impresión,
difícilmente hubiese salido airoso de esa situación debido a la impertinencia
de su ingenuo comentario, lo que también generó que estuviera ruborizado y
disculpándose ante tan destacado personaje durante aquella noche.
Aun con todo lo que
tenía de socarrón y buen humor, de igual manera también lo tuvo contigo de
exigente. Durante las largas tardes en el laboratorio de la AFGC, no te pasaba ni
media ante cualquier fotografía con un ápice de error en el tiempo de
exposición en la ampliadora; en el positivado de la imagen, o en la elección
del papel para el mismo fin e, incluso, llegado el caso, en las cantidades de los
químicos para el revelado previo del negativo. No te toleraba ni la más mínima
imperfección…
En la fotografía en blanco
y negro con él lo aprendiste todo. Tan valiosa fue su enseñanza que, antes de
vender una foto, la imagen pasaba por sus manos para que te diese el visto
bueno y calibrar el cobro por la misma. Gestos de este valor evitaron que te
estrellases en este mundo tan competitivo, toda vez que te recalcaba con
frecuencia una de sus máximas:
“La fotografía es tan
frustrante que cuando obtienes una imagen que sabes que está perfecta, la
felicidad es tan inmensa que luego no deseas venderla”, y apostillaba, “pero si
no vendes, nadie conoce tu trabajo y no vives”.
Otra de las grandes
satisfacciones como pupilo de tu padrino fue el lujo de conocer a otros grandes
de la fotografía en Canarias durante la época que Servando e Ildefonso Bello
Doreste consiguieron, con mucho esfuerzo y dedicación, el respeto por la
Agrupación Fotográfica de Gran Canaria por parte de todas las instituciones y
administraciones públicas del Archipiélago.
Andrés Solana,
fallecido en San Miguel de La Palma mientras realizaba un extraordinario
trabajo fotográfico por encargo del Gobierno de Canarias; Juan Vega Berdayes;
Manolo Montero; Paco Socorro; Augusto Borges; Manuel García Núñez; Mariano
Guillén; Felipe Molina; Pepe Dévora; Tato Gonçalves y el ya citado e inseparable compañero
de Servando en las tareas de promoción y difusión de la fotografía y también presidente
de la (AFGC), Ildefonso Bello, fueron algunos de tus compañeros y profesores en
los distintos cursos que realizaste en dicha institución, y con los que
adquiriste una sólida base en fotografía gracias a tu relación con todos ellos.
Pero si AFGC fue la
escuela para las prácticas fotográficas, la cafetería Kanguro, ubicada en la calle Travieso, en la capital grancanaria, fue
otro importante lugar de encuentro con tu padrino -al que él denominaba “la
oficina”- por ser aquí donde también se encontraba con sus amistades y
aprovechaba para leer la prensa local, al ya estar jubilado. Jubilado pero no
retirado porque nunca dejó de presentar
nuevas creaciones fotográficas y realizar proyecciones.
En ese café fue en
donde le sacaste tus primeras fotos en blanco y negro, destacando una
instantánea que siempre le gustó comparar -frente a tu sonrojo y contraria
opinión- con el cine de Orson Welles por la utilización de las sombras provocadas con el primer flash de antorcha que
te regaló.
Otra de las valiosas
enseñanzas que te aportó la relación con tu padrino, reflejo de su vivencia de
emigrante canario en Venezuela, fue la riqueza de su léxico como, por ejemplo, uno
de los piropos más bonitos que le escuchaste decir a todas las novias que le presentabas:
“guayabo”.
Un halago que siempre
te cautivó, aunque cuidado cuando se enfadaba con alguien por alguna acción, a
su juicio “peregrina”, porque el calificativo que el personaje en cuestión
recibiría sería “macaco”.
“Ojo, vista y al toro”
era la cita trastocada del aviador
Joaquín García-Morato* con la que Servando cerraba su ronda de consejos en
función de los problemas que le consultabas cada vez que os encontrabais.
Sin embargo, el léxico como
la vida es impermanente, y llegó el día que tocó despedirte de tu padrino y su
familia al tomar la decisión de cambiar el refugio de tu Isla por un lugar en
donde llueve con mucha frecuencia, hace frío y todo está verde. En tu nueva y
muy alejada región de residencia pasaron los años pero esto no fue óbice para
no perder el contacto telefónico con Servando y Lolita, con quienes hablabas
todas las semanas. La última vez que los llegarías a ver sería a raíz del fallecimiento
de tu madre sin tan siquiera presagiar el triste final que a ellos les esperaba
pocos años después.
Su hija Tere,
secretaria de varios presidentes del Gobierno autónomo de Canarias, falleció de
forma repentina a causa de una enfermedad. Servando -que ya había dejado la
presidencia de la AFGC para
formar parte del grupo de fundadores del colectivo fotográfico ‘San Borondón’,
la última agrupación de fotógrafos a la que perteneció- abandonó su cuerpo en la
Clínica Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, en agosto de 2012.
Incomprensiblemente sus cenizas no fueron recogidas por su hijo Javier, al
rechazarlas por escrito.
Lolita sería ingresada poco
tiempo después en una residencia de ancianos en el municipio de Arucas. Se sabe
que enloqueció y cuando algo necesitaba la única manera de pedirlo era
cantando. Falleció en diciembre de 2017, sus cenizas tampoco fueron recogidas
por su hijo, quien acabó quitándose la vida con demasiada premura ocho meses
después.
Este extraño e
incomprensible comportamiento de Javier respecto a sus padres, sumado al
impacto que para ti significó la
desaparición de esta familia en tan corto espacio de tiempo, motivó que no te quedases impasible y sin
hacer nada respecto a quienes realmente siempre se comportaron contigo como una
familia.
Te resultó impensable e
inaceptable que quienes habían significado familiarmente casi todo para ti en
Canarias no tuviesen un reconocimiento y un entierro tan digno como se merecían,
y fue la actitud de Javier lo que te llevó a investigar el paradero de las
cenizas de su madre.
A raíz de las gestiones
que llevaste a cabo, desde la Península, con la gerente de uno de los tanatorios
de la capital grancanaria, finalmente las localizaste. Las reliquias de Lolita seguían
bajo custodia en el centro mortuorio, dentro del período establecido de un año,
pese a la negativa por escrito de recogerlas por parte de su descendiente. Según
ese protocolo, al cabo de doce meses las cenizas serían vertidas en una fosa común
en el cementerio capitalino de San Lázaro.
En una ocasión una gran
amiga forense, Luisa Victoria García Cohen, te definió como “una persona con una
curiosidad insaciable” y quizás esta fuese la razón que te llevó a resolver otro
enigma. Un mes después, también desde la Península -y para tu sorpresa y la de
todos los familiares de Servando y Lolita-, diste con las cenizas de tu padrino
cuando se habían cumplido seis años de su fallecimiento.
No te lo podías ni
creer... porque tan asombroso fue este último hallazgo que hasta tu hija Candela llegó a decir en casa: "¡Flipo... Papá es capaz de encontrar a alguien, no solo muerto hace seis años sino también incinerado!".
De inmediato lo
comunicaste a los familiares directos de Servando y sus restos, al igual que los
de Lolita, volaron desde Gran Canaria a San Miguel de La Palma para ser enterrados juntos en el cementerio de El Paso. Hoy, cuando has decidido hacer
pública esta historia se cumple una semana del enterramiento de sus cenizas. © Copyright 2018
*(La cita correcta de
Joaquín García-Morato -militar y aviador que participó en la guerra civil en el bando sublevado- es “vista, suerte y al toro”).