jueves, 20 de diciembre de 2018

El vuelo de las cenizas

Servando Hernández en la desaparecida cafetería 'Kanguro'.
En una época de tu vida tuviste un padrino, que no un padre; un gran consejero más que un amigo; un protector más que un ángel custodio; una persona muy sincera antes que un simple pariente.
Servando Hernández Rodríguez era tu padrino o tú eras su ahijado, según cómo se entendiese esta relación. Lo conociste gracias a los enmarañados lazos parentales que cualquier clan familiar externo mantiene en la distancia geográfica, como si de una etnia hindú se tratase, en donde basta preguntar por alguien y, en cuestión de días, te lo localizan en cualquier lugar del planeta.
Natural de Güímar, Tenerife, estaba casado con Lolita Martínez Rossi, nacida en San Miguel de La Palma, la “Isla bonita”, calificativo al que ambos hicieron honor debido a sus destacados caracteres humildes y por su ayuda desinteresada a quienes los trataron y tuvieron el placer de conocerlos.
Tu padrino fue uno de los primeros presidentes de la Agrupación Fotográfica de Gran Canaria (AFGC), cuando esta institución tenía su sede en una casa señorial situada en la calle Obispo Codina, inmueble que antaño fue la residencia de José Mesa y López, presidente del Cabildo de la Isla y dos veces alcalde capitalino antes de la guerra civil española. Una hermosa casa señorial situada a la entrada del Barrio de Vegueta, a pocos metros del Puente de Piedra que cruzaba el Guiniguada en dirección a la Catedral de Santa Ana, en la capital grancanaria.
La vinculación de Servando con la conocida institución te sirvió de aliciente y contribuyó de forma decisiva en tu inmersión en el mundo de la fotografía, aunque siempre tutelado por él con el claro objetivo de que no te estrellases por mor de tu adolescente ingenuidad y tu espíritu de aventurero novato.
Fruto de este proteccionismo, nunca olvidarás la primera bronca que te echó cuando, con catorce años, te enfundaste la gabardina gris de tu padre y burlaste el cordón policial establecido frente al colegio Teresiano, en el barrio de Ciudad Jardín, para sacar fotos con una cámara automática (una Kodak Ektra 22 –EF con flash incorporado), haciéndote pasar un fotógrafo de prensa perteneciente a un medio de comunicación ya inexistente por aquellos tiempos.
Cámara Kodak Ektra 22-EF
A los pocos minutos de sacar tus instantáneas a un vehículo volcado con las ruedas hacia arriba que obstaculizaba el tráfico en la calle Pío XII, te dirigiste a la casa de tu padrino, situada en el otro extremo de la ciudad, con el propósito de pedirle que te revelara el carrete con la pretensión de enviar las fotos a los periódicos. Y aquí empezó uno de los episodios que marcarían tu futuro profesional, y de qué manera…
Servando ya sabía lo que habías hecho al avisarle por teléfono sobre el motivo por el que te acercabas a su domicilio, circunstancias y tiempo que le sirvieron para preparar una escena que aún te resulta imborrable y con la que no logró persuadirte de la profesión a la que deseabas dedicarte.
Tere, su hija mayor -a quien siempre profesaste una verdadera adoración, propia de una hermana mayor- fue quien te recibió y, para tu sorpresa y con la sana intención de evitarte un impacto inminente, en voz baja te advirtió: “Prepárate…”.
Con un semblante serio, propio de quien recibe la noticia del fallecimiento de un allegado, Servando te esperaba sentado en el sillón del salón, situado en el extremo izquierdo delante de la librería, con una rodilla apoyada sobre la otra y los codos descansados en los reposabrazos. La televisión estaba apagada, la lámpara de la sala encendida, al contrario que la del vestíbulo, en donde, por el aviso susurrante de Tere y la propia penumbra de la antesala, se convirtió en un túnel cuyo final era la figura de tu padrino con la mirada clavada en todo sujeto que entrase en la estancia en donde te esperaba. De súbito y, sin dejarte mediar algún saludo, te espetó a voz en grito:
-¡¿Estás loooco?!
Sus primeras palabras te hicieron salivar de inmediato unida a una descarga escalofriante por todo tu cuerpo, al tiempo que tu lenguaje corporal -moviéndote casi de lado, buscando la mirada compasiva de Tere-, advertía la vergüenza que comenzabas a sufrir por la reprimenda que no había hecho más que empezar.
El enfado de Servando fue monumental y así lo viviste a tu edad por saltarte a la torera todas las normas: menor de edad; suplantación profesional; engaño; violación del espacio delimitado por la Policía… Lo tenías todo para acabar detenido y, de camino, también fulminar a tu madre de un infarto por el disgusto que podías haberle originado, pero tuviste suerte. Suerte relativa porque de la casa de tu padrino saliste más que trasquilado por el cirio que te había montado aquella noche.
Cartel de la película 'Los gritos del silencio'
Para remate de todo lo acontecido, días después fuiste al cine con un amigo de la escuela a ver ‘The killing fields’; un filme basado en las experiencias en Camboya de dos periodistas y un reportero gráfico durante el régimen de los Jemeres Rojos. Una película que te impactó de tal manera que, pese a la bronca de Servando, remarcó aún más tu decisión de dedicarte a la fotografía de prensa.
Cinco años después y, gracias a tu madre, a tus manos llegaba por recomendación de tu padrino una Nikon FM2. Cuerpo de la cámara igual al que él utilizaba para todos sus trabajos fotográficos y posteriores exposiciones que realizó durante el resto de su vida. Para ti, una joya de la ingeniería de la fotografía analógica.

Humor socarrón

Al igual que muchos isleños, Servando emigró junto a su mujer a Venezuela, la ‘octava Isla’ para los canarios. Allí nacieron sus hijos Tere y Javier. Entre las distintas dedicaciones profesionales de las que le recuerdas hablar, además de una publicación que llevaron a cabo, hubo una anécdota que siempre te resultó extraordinaria.
Tu padrino destacaba por un gran sentido del humor socarrón unido a una extraordinaria experiencia profesional. En un encuentro con empresarios del sector de la industria petrolífera en Caracas, en el momento de las presentaciones le tocó estrechar la mano a uno de los empresarios más conocidos del planeta, John Davison Rockefeller, Jr, y en ese preciso segundo, Servando de inmediato pensó que estaba siendo objeto de una broma por parte de sus compañeros, por lo que decidió seguir la corriente como si nada sucediese.
Minutos después y llegado el cóctel no se le ocurrió otra cosa que acercarse a ese señor que le habían presentado como Rockefeller -con la intención de desenmascarar la broma de la que creía que había sido objeto- y dándole un leve toque en el hombro con la palma de la mano le dijo:
-¿Quéee? ¡Con que John Rockefeller eh…!
Y efectivamente. Frente a sus ojos se encontraba el único descendiente del conocido magnate norteamericano del petróleo, míster Rockefeller. Servando sostenía que, de no ser por los amigos allí presentes, quienes se vieron obligados a sujetarlo por los brazos por temor a que cayese al suelo desplomado de la impresión, difícilmente hubiese salido airoso de esa situación debido a la impertinencia de su ingenuo comentario, lo que también generó que estuviera ruborizado y disculpándose ante tan destacado personaje durante aquella noche.
Aun con todo lo que tenía de socarrón y buen humor, de igual manera también lo tuvo contigo de exigente. Durante las largas tardes en el laboratorio de la AFGC, no te pasaba ni media ante cualquier fotografía con un ápice de error en el tiempo de exposición en la ampliadora; en el positivado de la imagen, o en la elección del papel para el mismo fin e, incluso, llegado el caso, en las cantidades de los químicos para el revelado previo del negativo. No te toleraba ni la más mínima imperfección…
En la fotografía en blanco y negro con él lo aprendiste todo. Tan valiosa fue su enseñanza que, antes de vender una foto, la imagen pasaba por sus manos para que te diese el visto bueno y calibrar el cobro por la misma. Gestos de este valor evitaron que te estrellases en este mundo tan competitivo, toda vez que te recalcaba con frecuencia una de sus máximas:
“La fotografía es tan frustrante que cuando obtienes una imagen que sabes que está perfecta, la felicidad es tan inmensa que luego no deseas venderla”, y apostillaba, “pero si no vendes, nadie conoce tu trabajo y no vives”.
Otra de las grandes satisfacciones como pupilo de tu padrino fue el lujo de conocer a otros grandes de la fotografía en Canarias durante la época que Servando e Ildefonso Bello Doreste consiguieron, con mucho esfuerzo y dedicación, el respeto por la Agrupación Fotográfica de Gran Canaria por parte de todas las instituciones y administraciones públicas del Archipiélago.
Andrés Solana, fallecido en San Miguel de La Palma mientras realizaba un extraordinario trabajo fotográfico por encargo del Gobierno de Canarias; Juan Vega Berdayes; Manolo Montero; Paco Socorro; Augusto Borges; Manuel García Núñez; Mariano Guillén; Felipe Molina; Pepe Dévora; Tato Gonçalves y el ya citado e inseparable compañero de Servando en las tareas de promoción y difusión de la fotografía y también presidente de la (AFGC), Ildefonso Bello, fueron algunos de tus compañeros y profesores en los distintos cursos que realizaste en dicha institución, y con los que adquiriste una sólida base en fotografía gracias a tu relación con todos ellos.
Pero si AFGC fue la escuela para las prácticas fotográficas, la cafetería Kanguro, ubicada en la calle Travieso, en la capital grancanaria, fue otro importante lugar de encuentro con tu padrino -al que él denominaba “la oficina”- por ser aquí donde también se encontraba con sus amistades y aprovechaba para leer la prensa local, al ya estar jubilado. Jubilado pero no retirado porque  nunca dejó de presentar nuevas creaciones fotográficas y realizar proyecciones.
En ese café fue en donde le sacaste tus primeras fotos en blanco y negro, destacando una instantánea que siempre le gustó comparar -frente a tu sonrojo y contraria opinión- con el cine de Orson Welles por la utilización de las sombras  provocadas con el primer flash de antorcha que te regaló.
Otra de las valiosas enseñanzas que te aportó la relación con tu padrino, reflejo de su vivencia de emigrante canario en Venezuela, fue la riqueza de su léxico como, por ejemplo, uno de los piropos más bonitos que le escuchaste decir a todas las novias que le presentabas: “guayabo”.
Un halago que siempre te cautivó, aunque cuidado cuando se enfadaba con alguien por alguna acción, a su juicio “peregrina”, porque el calificativo que el personaje en cuestión recibiría sería “macaco”.
“Ojo, vista y al toro” era la cita trastocada del aviador Joaquín García-Morato* con la que Servando cerraba su ronda de consejos en función de los problemas que le consultabas cada vez que os encontrabais.
Sin embargo, el léxico como la vida es impermanente, y llegó el día que tocó despedirte de tu padrino y su familia al tomar la decisión de cambiar el refugio de tu Isla por un lugar en donde llueve con mucha frecuencia, hace frío y todo está verde. En tu nueva y muy alejada región de residencia pasaron los años pero esto no fue óbice para no perder el contacto telefónico con Servando y Lolita, con quienes hablabas todas las semanas. La última vez que los llegarías a ver sería a raíz del fallecimiento de tu madre sin tan siquiera presagiar el triste final que a ellos les esperaba pocos años después.
Su hija Tere, secretaria de varios presidentes del Gobierno autónomo de Canarias, falleció de forma repentina a causa de una enfermedad. Servando -que ya había dejado la presidencia de la AFGC para formar parte del grupo de fundadores del colectivo fotográfico ‘San Borondón’, la última agrupación de fotógrafos a la que perteneció- abandonó su cuerpo en la Clínica Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, en agosto de 2012. Incomprensiblemente sus cenizas no fueron recogidas por su hijo Javier, al rechazarlas por escrito.
Lolita sería ingresada poco tiempo después en una residencia de ancianos en el municipio de Arucas. Se sabe que enloqueció y cuando algo necesitaba la única manera de pedirlo era cantando. Falleció en diciembre de 2017, sus cenizas tampoco fueron recogidas por su hijo, quien acabó quitándose la vida con demasiada premura ocho meses después.
Este extraño e incomprensible comportamiento de Javier respecto a sus padres, sumado al impacto que para ti significó  la desaparición de esta familia en tan corto espacio de tiempo,  motivó que no te quedases impasible y sin hacer nada respecto a quienes realmente siempre se comportaron contigo como una familia.
Te resultó impensable e inaceptable que quienes habían significado familiarmente casi todo para ti en Canarias no tuviesen un reconocimiento y un entierro tan digno como se merecían, y fue la actitud de Javier lo que te llevó a investigar el paradero de las cenizas de su madre.
A raíz de las gestiones que llevaste a cabo, desde la Península, con la gerente de uno de los tanatorios de la capital grancanaria, finalmente las localizaste. Las reliquias de Lolita seguían bajo custodia en el centro mortuorio, dentro del período establecido de un año, pese a la negativa por escrito de recogerlas por parte de su descendiente. Según ese protocolo, al cabo de doce meses las cenizas serían vertidas en una fosa común en el cementerio capitalino de San Lázaro.
En una ocasión una gran amiga forense, Luisa Victoria García Cohen, te definió como “una persona con una curiosidad insaciable” y quizás esta fuese la razón que te llevó a resolver otro enigma. Un mes después, también desde la Península -y para tu sorpresa y la de todos los familiares de Servando y Lolita-, diste con las cenizas de tu padrino cuando se habían cumplido seis años de su fallecimiento. 
No te lo podías ni creer... porque tan asombroso fue este último hallazgo que hasta tu hija Candela llegó a decir en casa: "¡Flipo... Papá es capaz de encontrar a alguien, no solo muerto hace seis años sino también incinerado!".
De inmediato lo comunicaste a los familiares directos de Servando y sus restos, al igual que los de Lolita, volaron desde Gran Canaria a San Miguel de La Palma para ser enterrados juntos en el cementerio de El Paso. Hoy, cuando has decidido hacer pública esta historia se cumple una semana del enterramiento de sus cenizas. © Copyright 2018
*(La cita correcta de Joaquín García-Morato -militar y aviador que participó en la guerra civil en el bando sublevado- es “vista, suerte y al toro”).

jueves, 24 de mayo de 2018

El valor de dos monedas de cincuenta pesetas

Dos monedas de cincuenta pesetas, datadas en 1975. 
Detrás de la cruz está el diablo y en alguna ocasión de tu existencia puede tocar a tu puerta. Y aquel día tocó.

La  primera vez que viste a Elpidio Urea (nombre ficticio) fue en una visita que hizo a tu casa en calidad de consorte de una amiga de tu mujer. Urea, delineante como única titulación que poseía, destacaba por sus extraordinarios modales basados en un tono de voz bajo; sin aspavientos a la hora de expresarse; educado en las formas y bien arreglado. En apariencia un tipo que a primera vista se dejaba querer,  como diría de forma ingenua quién en realidad no lo conociese.
Urea te comentó que tenía una empresa de obras y reformas; negocio que aseguraba irle muy bien, según te explicó, a tenor del volumen de obras que cerraba para su ejecución. En aquellas fechas coincidió que estabas en un impasse y te ofreció que trabajases con él; opción que rechazaste al confesarte, minutos después, la estampación de su firma en planos como si fuese un arquitecto técnico más, no siendo de su competencia tremenda responsabilidad.
Días después volvió a insistirte en su propuesta para que formases parte de la empresa que había fundado con otro socio. Él sabía que tu profesión era el periodismo, desarrollo laboral que giraba, entre distintas tareas, en torno a relacionarte con mucha gente; conseguir buena información, contrastarla y saber redactar. Cualidades, a su juicio, ideales para ejercer la profesión de comercial.
Una vez más lo desestimaste, porque si hay algo que nunca te ha gustado del sector al que este individuo pertenece es la informalidad en los plazos establecidos para finalizar las obras, entre otros detalles importantes.
Urea, sin embargo, se enfrascó en perseverar hasta no quedarte otra opción que aceptar arrastrado por la presión sin sentido de tu pareja, a quien nunca le importó que abandonases tu profesión vocacional. Craso error. Nunca se debe abandonar la actividad para la que uno está capacitado si lo nuevo que se va a ejercer te genera insatisfacción, frustración y angustia.
El susodicho te encargó la dirección comercial y, al mismo tiempo -faltaría más-, acciones relacionadas con tu experiencia profesional. Es decir, desempeñar dos puestos por un mismo sueldo ridículo. Así, te tocó crear y redactar el Código Ético de la empresa –que colgarías en la web de la entidad y de lo que terminarías arrepintiéndote transcurrido un tiempo-, y tomaste contacto con todos los administradores de fincas de la ciudad.
A partir de ese momento fijaste tus condiciones para el desempeño de tu actividad: No trabajarías con administradores que exigiesen el cinco por ciento de comisión a cambio de darte obras “a dedo”; ni  tampoco con presidentes de comunidades de vecinos cuya derrama económica estuviese sufragada por la empresa de obras a la que representabas, a cambio de que votasen de manera favorable por los presupuestos que les exponías en detrimento de otros más económicos llegados de la competencia.
Frente a esto te negaste en rotundo porque eso significaba claramente un robo, y tú nunca estuviste, ni estarás, ni deseas que se te espere para estas historias.
A Urea le dejaste bien patente tu negativa a ofrecer comisiones ilegales, lo que originó la presentación de tus presupuestos de reformas a poco más de quince administradores -del centenar  existente en la urbe- motivado porque estos no pedían comisión o “rápel”, como alguno camuflaba en su lenguaje de forma estúpida. De forma paralela a esta circunstancia se unía otro hecho todavía más humillante: horario de cuarenta horas semanales para cobrar la mitad de un mileurista en calidad de autónomo, que ellos te pagaban como si te perdonasen  la vida. Una nueva forma de esclavitud intelectual adaptada a los tiempos actuales.
Urea aceptó tus reticencias y no de buena gana, pero tú seguías desconfiando de su moralidad y, mucho más, de los méritos que impregnaban su personalidad, de la cual, poco tiempo después confirmaste su carencia.
Un viernes por la noche, con la intención de generar un acercamiento entre colegas, te invitó a ir de copas por la ciudad y fue cuando su comportamiento te sacó de dudas. Al cabo de un par de cervezas corroboraste estar ante un patán. Urea era el típico individuo que en el momento de pagar se sacaba del bolsillo un fajo de billetes enrollados. Sus temas de conversación no podían ser peores. No hacía más que hablar de sus conquistas sexuales, hasta el extremo de confesarte que su técnica para atraer a las jóvenes –como si de una gran estrategia se tratase- se basaba en desarrollar un comportamiento de chaval tímido, educado y modosito. La noche se te hizo eterna al no acabar ahí tus observaciones…
El comentario más repugnante de este personaje sobrevino al jactarse de una acción que te confesó haber realizado justo una semana antes de casarse con quien años después sería la madre de sus tres hijos. El reseñado se acostaba con un ligue existente en el sur de la Península, a donde viajaba para verla aprovechando la excusa de sus viajes de trabajo si, en realidad, ese era el motivo de sus escapadas; argumentos que también ponías en duda.
El alma se te vino al suelo. Además de trabajar para un patán y presunto ladrón,  este individuo era un verdadero sinvergüenza con su propia familia a la que admirabas.
Transcurridos unos meses, tal energúmeno, cual demonio silencioso, te hizo un contrato indefinido pasando tu situación de autónomo a trabajador por cuenta ajena; circunstancias en apariencia mejores pero igual de miserables al fijarte tu sueldo casi en el mismo nivel salarial, y siempre recordándole durante la primera quincena del mes entrante que no te habían pagado el mes anterior, obviando de forma descarada tus responsabilidades familiares ante una hija pequeña.
La sorpresa,  no obstante, te llegaría al día siguiente de rubricar el contrato indefinido. Urea te instó a que ofrecieses comisiones ilegales a los administradores de fincas -que al inicio habías filtrado y descartado- así como a los presidentes de las comunidades de vecinos “si llegado el caso fuese necesario”, según te dijo, o sea, siempre. Esas eran las nuevas condiciones, las cuales, con anterioridad a cambiar tu situación contractual en la empresa, no te había dicho. Tu respuesta volvió a ser tajante al expresarle que ni hablar del tema porque hasta aquí llegabas.
Motivado por el enfado que tenías, este adalid de los modales extraordinarios en público te ofreció que cogieses la jornada libre para que “reflexionases”, pero aquel día solo conseguiste pasar una noche de perros al  no conciliar el sueño.
A la mañana siguiente, Urea te preguntó -como siempre en un tono suave y cortés- si ya habías asumido la nueva situación y tu contestación fue categórica: “O me despides o me voy,  porque me niego a robar a nadie para que me den una obra a dedo”.
A la media hora de esa conversación estabas despedido y con los papeles preparados para inscribirte en la Oficina de Empleo. Otro lugar en donde, una funcionaria del área de Formación, suele tomar a algunos por presuntos estafadores al no creerse que uno es capaz de renunciar a un trabajo por negarse a robar, pensando que lo que desea es cobrar el subsidio de desempleo, mientras nadie parece entender que tú llegada a esa ciudad no fue para convertirte en un delincuente.
Quizá aquí es en donde resida el origen de la corrupción en la sociedad que te ha tocado vivir. En lobos con piel de cordero, muy educados ellos, con un tono de voz sereno, templado, exageradamente caballerosos en las formas pero auténticos  depredadores morales que no les importa presupuestar en un edificio, en donde muchos vecinos,  con diferencias salariales evidentes, difícilmente pueden llegar a fin de mes. A este tipo de empresarios lo único que les importa es robar a toda costa bajo el mantra de que si ellos no lo hacen, otras empresas lo harán, con el convencimiento y la premisa que todos roban y ellos no van a ser menos.
Casi sin darte cuenta viajaste a la memoria de los  recuerdos de tu infancia. El origen de tu comportamiento lo tienes bien aprendido desde niño. Esa época que nunca deseas rememorar. Cuando contabas con ocho años, una tarde le quitaste a tu padre de su cartera dos monedas de cincuenta pesetas. La acción que inicialmente podría interpretarse como una travesura ingenua acabó siendo una lección que te marcó para el resto de tu existencia. Y vaya si te afectó…
Tu progenitor siempre tuvo claro no tolerarte la primera falta grave porque  sabía que, si te permitía la segunda, en el futuro acabarías siendo víctima de ese tipo de acciones. Así, se presentó en el colegio acompañado de tu madre para sacarte de clase con el propósito de que confesaras tu acción. No recuerdas haber pasado tanta vergüenza y miedo como en aquella tarde que empezaron a forjarse tus valores para el resto de tu vida, tanto, como para irte voluntario al paro en plena crisis, antes que robar. © Copyright 2018
(Monedas para la realización de la foto: Gentileza de VICUSCOIN).