Paseo entre las playas de Mourisca y Das Fontes. Vigo. |
misericordia. (Del lat.
misericordîa). f. Inclinación a sentir compasión por los que sufren y
ofrecerles ayuda.
No llegas a conocer el
alma de los amigos, la segunda familia que haces en la vida, hasta el día que
deciden revelarte aquella historia extraordinaria que guardan en su memoria de
forma secreta y silenciosa. Cuando lo hacen, quizás se deba a que por fin
dieron con la persona con la que se encuentran a gusto, circunstancia que no
siempre sucede.
Esta fue la impresión que
te llevaste al conocer la revelación que tu amiga te hizo aquella noche, mientras
contemplabais la ría de Vigo sentados en un banco ubicado en el paseo de madera
que conduce desde la playa de Mourisca a la de Das Fontes.
La admiración del extraordinario
paisaje nocturno que desde allí se divisa, con el mar batiendo a vuestros pies,
y cuya vista alcanza las localidades de Cangas de Morrazo y Moaña, perfectamente
delimitadas por puntos luminosos a modo de píxeles, pudo ser la motivación para
que tu colega se sincerara y decidiese hacerte partícipe de una experiencia que
te dejó estupefacto.
Ella te advirtió que nunca
había desvelado esta vivencia a ninguna otra persona porque sabía de antemano
que no la entenderían y porque en el ejercicio de su profesión “determinados
hechos suponen fuertes impactos emocionales que nunca olvidas porque te marcan para
siempre”, según puntualizó.
En la época en la que
sucedió el relato, tu amiga trabajaba en el Hospital de Soria y allí fue donde conoció
a Luis, con treinta y tres años y desahuciado por contraer el sida como
consecuencia de compartir jeringas y pretender meterse en vena lo que fue
incapaz de asumir y desafiar de forma frontal. Su existencia desgraciada.
Luis no tuvo estudios
pero sí educación y respeto por todo lo que le rodeaba. Ella lo recordaba
siempre solo en su habitación. Nadie lo visitaba. No tenía amigos ni familiar
alguno que mostrase un mínimo de interés por él. Tampoco recibía llamadas, ni recados,
ni mensajes, ni misiva alguna que llegase de fuera de los límites de la región
de Castilla León en donde se encontraba, porque eso era otro inconveniente, sobrevivir
en un lugar que para él significaba existir en tierra de nadie.
La única vida social la
hacía con personas desconocidas enfundadas en batas blancas con las que hablaba
de forma puntual, cuando entraban en su habitación durante unos breves minutos para
controlarle la medicación o cualquier cuestión relacionada con su decrépito
estado de salud. Una situación sin reversión alguna, sin piedad ni perdón, ante
la que solo te queda esperar a pesar de que te resistas a admitirla.
En esas condiciones,
por muy joven que seas, la llegada de la muerte se atisba de una forma lenta
pero inminente. Es el instante final del abandono de nuestro cuerpo, que nos resulta
inimaginable e inenarrable porque nadie ha vuelto para contarlo.
Las pocas perspectivas
que ofrecían dicha situación fueron las que motivaron que tu amiga estuviese más
pendiente de Luis y, al mismo tiempo, mantuviese una discreta y profesional distancia
emocional con él. Ella sabía que este joven enfermo tenía las semanas contadas.
La supervisora de planta también se lo había advertido, al igual que al resto
de sus compañeras sanitarias, pero para tu colega esto no era óbice para no
acompañar a quien lo necesitaba, simplemente por hacerle compañía y ayudarle a
sobrellevar sus últimas semanas de existencia.
Así, ella le dedicó todo
el tiempo libre del que dispuso durante casi tres meses visitándolo después de
finalizar su trabajo diario. De igual forma estuvo a su lado durante los fines
de semana y todas las tardes de las que dispuso libre de compromisos y recados para
brindarle su compañía, su mirada y escuchar lo que Luis le quisiera contar.
Esta actitud no es de
extrañar, porque tu amiga entiende que el ejercicio de la profesión de
enfermería no se ciñe de forma exclusiva a suministrar medicación y hacer curas.
“A veces recibir una sonrisa o una palabra amable puede ser tan importante como
las medicinas”, sostenía en un tono de voz de sincera humildad.
“Cuando una persona
enferma terminal está en un hospital”-continuaba-, “es muy vulnerable, y casos
como el de Luis no solo consisten en cuidarlos, sino en tratarlos con amabilidad,
con cariño y, sobre todo, escucharlos”.
En aplicación de este
principio, la percepción que tuvo de ese chico era la necesidad de contar con
alguien que le prestase atención y con quien no sentirse juzgado ni censurado. Durante
sus largas visitas, Luis le desveló que había perdido a su mujer y a su hija
pequeña en un accidente de tráfico. A raíz de ese terrible suceso, el camino
por el que optó fue la delincuencia para obtener sus dosis diarias para
sobrevivir a los fantasmas que le acompañaron como el aire que respiraba.
Luis sostuvo que tal
mortificación le llevó a convertirse en un auténtico forajido cuya actividad
principal fue asaltar bancos para terminar con sus huesos maltrechos en una dura
y fría cama de una penitenciaria cualquiera de la Península. A partir de este
punto de inflexión, si a comienzos de la década de los 90 enfermabas de sida,
ya te podías hacer una idea de cuál sería el coste del peaje de tu trashumancia
por el resto de la vida.
De esta manera, una
tarde tras otra y un fin de semana tras otro fueron las que tu colega enfermera
estuvo escuchándolo, a la vez que constataba cómo mejoraba emocionalmente y
evidenciaba una profunda sensación de paz.
Para tu camarada esta
forma de actuar “es una de las maneras de aliviar a una persona”, al tiempo que
hacía hincapié -ante el hecho descrito- en “la necesidad de calmar su
sufrimiento ya que los secretos no dejan de ser losas que guardamos en nuestra
memoria hasta el momento que decidimos expresarlos en voz alta, y es cuando nos
liberan”.
“No se trata de
lamentarse por el tiempo que se podía haber aprovechado, sino por expresar los
sentimientos que hemos sido incapaces de mostrar a aquellas personas por las
que sentimos un profundo amor y una gran ternura”, destacaba tu amiga con total
certeza.
Conocer estos gestos y
la verdadera compasión de tu amiga con ese chico. La capacidad de dedicación y
generosidad con un enfermo desconocido, más allá de la labor profesional que
desempeñaba, y la manera de plasmarte cómo entiende y asume su profesión, haciéndote
partícipe de su sentir y con una ausencia de retórica en sus palabras, te sonó
a un testamento espiritual por su parte.
Percibir este cúmulo de
detalles de esta amiga fue lo que casi te revienta el alma en ese instante, al
comprender que a tu lado tenías sentada a quien podrías considerar una
verdadera protectora.
Las largas
conversaciones entre Luis y tu compañera también le ayudaron a aceptar los
derroteros de las decisiones que tomó en su vida. Equivocaciones ante las que
mostró su reconocimiento de forma tranquila y callada, porque sus frases siempre concluían con un largo
silencio y con la mirada cabizbaja.
Sin embargo, la manera de proceder de tu amiga también llevó a Luis al lógico y equivocado pensamiento basado en que ella podría tener otra intención. El propósito que él anhelaba antes de
abandonar su cuerpo fue que alguien le quisiera y le mostrará cariño más allá
de una amistad. Necesidad que también podía interpretarse como un guiño a su
último intento por aferrarse a la vida.
El instinto de
supervivencia conducía a Luis al deseo de retomar una nueva vida, pero ya era
demasiado tarde y aunque no hubiese sido tarde, ella tuvo muy claro en donde
estaba la distancia que nunca traspasó.
A pesar de todo, a Luis
de poco le sirvió ese atisbo de ilusión al anunciarle uno de los médicos que en
breve sería trasladado a una residencia para personas abandonadas y enfermos de
sida ubicada en Madrid.
Si bien esta noticia la
asumió como una novedad que rompía la rutina de su estancia hospitalaria, no
fue hasta el momento de organizar su pequeño equipaje encima de la cama, cuando
se percató de que su traslado forzoso a la residencia madrileña significaba quedarse
solo una vez más.
La soledad y el
abandono eran el reflejo de la última y la única losa de la que no podía
desprenderse, mucho mayor que la propia muerte anestesiada bajo sedantes.
La mañana de su partida
ella había llegado minutos antes a su habitación para despedirse pero Luis ni
la miró y se limitó a responderle con monosílabos. La angustia de pensar que se
volvía a enfrentar al desamparo generó en él un comportamiento distante ante
quien había sido su única acompañante, su amiga enfermera, su última amiga,
porque sabía que al abandonar ese hospital ya no tendría a nadie más que
mostrase interés por él y por su aciaga situación.
Luis no quería ni
hablar y en un momento en el que ella se ausentó al ser reclamada en su labor,
él abandonó de inmediato la habitación, sin tan siquiera despedirse, para
entrar en la ambulancia. Era su forma de mostrar su enfado y frustración por
verse obligado a abandonar el Hospital de Soria, por verse forzado a dejar de
verla.
La cama de un hospital cualquiera. |
El comportamiento de
Luis originó una profunda tristeza en tu colega, a quien también le tocó
sobreponerse a la amargura de ese chico durante todas las semanas que le dedicó,
a tenor de los relatos de las vivencias que iba conociendo de él.
Pero no fue hasta a la
semana siguiente cuando se produjo un hecho que cambió el sentir y el
desconsuelo de tu compañera. En la planta del hospital donde trabajaba alguien pronunció su nombre en voz alta para entregarle una carta que había llegado para ella.
La misiva era de Luis y
en un folio lleno de faltas de ortografía y algunos tachones le mostraba su más
sincera disculpa por su comportamiento cuando abandonó el centro hospitalario.
A la vez le agradecía, con un hondo sentir en su dificultosa caligrafía, la dedicación
de su tiempo extraordinario dejando entrever su último gesto de ternura y
cariño con esa enfermera que no hizo más que estar a su lado sencillamente para
acompañarlo y escucharlo.
Siempre has pensado que
en algún momento de nuestra existencia es probable que a nuestro protector,
ángel custodio, o como desees nombrarlo, le toque despedirse de nosotros porque
ya hizo todo lo que podía hacer para que siguiésemos adelante. Quizás tu amiga pudo
ser la personificación de ese misterioso y sigiloso acompañante de nuestra vida
–que tú siempre imaginas como una mujer- al presentarse ante ese joven enfermo en
el momento que más lo necesitaba.
Y eso fue lo que hizo esta joven enfermera, acercarse
a Luis para ayudarle a despedirse de su existencia, de la misma forma que su
compasión y amor altruista se juntaron para apoyarle en su marcha de este mundo.
Fiel a su educación y a
sus valores, ella contestó a Luis de inmediato mostrándole su cariño y agradecimiento
por la consideración de sus palabras. Él ya no respondió a la misiva de tu
amiga. © Copyright 2016