jueves, 11 de junio de 2015

Un 'ángel de la guarda' metido a maestro pizzero en Porto, Portugal

El Restaurante Pizzería 'Mamma Nostra', en Porto, Portugal. Un local con alma.
Te prometió una vida feliz, tranquila y alegre, y también que nunca te sentirías sola. Concebiste un hijo con él porque estabas profundamente enamorada. Segura de que sería un buen padre, un gran padre, comprometido a fondo con su responsabilidad paternal y las tareas domésticas, pero al poco de venir tu hijo al mundo tu criatura abrió los ojos al mismo tiempo que tú. Y te diste cuenta de la realidad, de cuál sería la dura realidad a partir de entonces para pasar a vivirla en silencio, resignada y cabizbaja .
Muchos lugares sirven de observatorios en donde se vislumbra cuál va ser tu vida y uno de ellos fue un restaurante, la Pizzería Mamma Nostra, situada en el 77 y 79 de la Rua do Infante D. Henrique, en la bella ciudad portuguesa de Porto.
Tú entraste primero enfilando el pasillo y empujando tus ilusiones, tu única alegría y además tus preocupaciones, todas contenidas en el carrito en el que portabas a tu criatura. Detrás tu pareja, un individuo algo encorvado que vestía camiseta y bermudas, una vestimenta nada acorde con la categoría del local. Te indicaron el lugar en donde os teníais que sentar, una mesa rectangular. Tú de perfil a la cristalera de la entrada y un poco en penumbra, él, como los miembros de la Camorra, de frente a la puerta de entrada, con buena luz pero a tu izquierda.
Él solicitó la carta y pidió lo que deseaba comer, tú hiciste lo mismo, y cuando el camarero ya tomó nota de la comanda, te descubriste tu seno derecho y empezaste a amamantar a tu hijo, quien fue situado de forma estratégica a tu derecha para que él no tuviese que encargarse absolutamente de nada. Porque, al parecer era solo tuyo por tú haberlo traído al mundo. Él en su momento se limitó a descargar en ti y esa fue su única contribución, pensaste muchos meses después de nacer tu criatura.
Pasado un buen rato, tu hijo seguía recibiendo lo mejor de ti y tu pareja comenzó a comer, aunque por la manera de comportarse en la mesa y su lenguaje corporal ya dejaba entrever qué tipo de persona era y la educación de la que gozaba: codos sobre la mesa e, incluso en ocasiones, el antebrazo, agachado sobre el plato a punto de darse una hostia contra el mismo y bebiendo en el transcurso del almuerzo sin limpiarse las comisuras de los labios y dejando su seña de identidad en la copa. Pero había algo mucho más triste todavía: apenas te dirigió la palabra durante toda la comida. 
Una vez que tu hijo se quedó saciado, lo colocaste en el interior del capazo. Y comenzó, una vez más tu 'tortura': tu bebé empezó a llorar. Lloraba y lloraba y lloraba. Quería que lo cogieses en brazos, pero tú no podías más, casi no te quedaban fuerzas, no podías ni con tu alma.
Mientras tanto y ajeno al lloro de vuestro hijo, el padre seguía comiendo pendiente de algo de suma importancia: su smartphone, aparato que ejercía cual cuchillo representado en la mesa de la Última Cena de Jesucristo, retratado por Leonardo da Vinci.
Sin embargo, en el comedor de este precioso restaurante -situado en el interior un edificio histórico, calificado de Interés Público en 1994-, sucedió algo inesperado que nunca se suele ver o, si se ha visto, quizás nunca ha sido contado. El maestro pizzero -situado a la espalda de esta madre solitaria-, una vez que acabó todas las comandas elaboradas en el horno de leña, de inmediato abandona su puesto de trabajo para ofrecerse a coger a la criatura y tranquilizarlo hasta dormirlo en sus brazos.
Daniel Carvalho, maestro pizzero.
La madre pareció ver los cielos abiertos, pues el chef consiguió que ella comiese de forma sosegada y despreocupada al tiempo que el padre, que ejercía más de putativo de la criatura, se limitaba a levantar la mirada para ver qué sucedía y luego bajarla a su 'segundo aparato' más importante, su móvil. Lo único 'inteligente' que tenía en su mano.
Todos sabemos que un bebé se duerme en brazos de alguien cuando siente confianza, se muestra seguro y tranquilo y así fue hasta que la madre casi acabó de comer. Durante un buen rato el maestro pizzero dio largos paseos por el comedor acunándolo y susurrándolo con un cariño fuera de lo normal que evidenciaba que también debía ser padre.
El 'ángel de la guarda' y protagonista del final de esta historia, que refleja un denominador común de la idiosincrasia de Portugal: la exquisita educación de la mayoría de los portugueses, se llama Daniel Carvalho, maestro pizzero de profesión y voluntario 'niñero' en las pausas en su trabajo. 
Hace 9 meses tuvo "la suerte" de ser padre, "la ilusión de mi vida", según confesó después de acercarme a él para felicitarle por su gesto que conmovió a todos los presentes en ese comedor. A todos... menos al más importante, el padre de la criatura, quien debió de pensar que la extraordinaria acción de Carvalho estaba incluida en la factura de este excelente restaurante. Iluso.
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miércoles, 13 de mayo de 2015

¿Y si fuera ella? Cuando un instante perdura para siempre en la memoria de tus viajes

La chica de la playa de Ares, A Coruña.
Sucedió la primera vez que visité el norte del 'Paraíso', el norte de Galicia, hace ya muchos años. Al llegar a la playa de Ares, en A Coruña, lo primero que me impactó fue su ensenada rodeada por un gran espacio arbóreo. Afortunadamente para mí el tiempo no acompañaba en absoluto: cielo gris oscuro avisando tormenta con "aparato eléctrico" (cuando escucho tal expresión en los partes meteorológicos lo primero que me pregunto es si te va a caer un electrodoméstico del cielo), episodio que ya empezaba con el tradicional 'orballo', es decir, "pingas de agua en el suelo cuyo origen es la condensación de vapor de agua en la atmósfera", según el significado oficial.
Como siempre, los que me acompañaban se guarecieron en una cafetería y un servidor se echó a caminar por el paseo marítimo aprovechando que lloviznaba.
En esta región el clima impacta y de qué manera, pero la primera impresión que me llevé en este lugar no tardó en aparecer. La marea estaba baja, no había absolutamente ni un alma por el paseo marítimo, cuando observo una chica caminando sola por la orilla, sin prisa y con el semblante totalmente relajado al tiempo que mantenía su mirada en el horizonte de su vista.
¿Qué motivos puede tener una chica para caminar sola por la orilla de una playa en un día tan nublado y gris? Admito que me encantó, lo que me llevó a sacarle una foto mientras pensaba que se estaba empapando hasta decir basta.
Luego no tuve otra opción, o me quedaba quieto o la seguía porque me intrigaban los motivos que podía tener  para que le diese por caminar en plena lluvia por la orilla de aquella ensenada.
Poco tiempo después observé que cambiaba su ruta, casi antes de llegar a un pequeño acantilado para enfilar hacia el paseo marítimo, por lo que adelanté el paso para lograr coincidir con ella, adelantarla y darme la vuelta para contemplarla. Mientras pensaba... ¿y si fuera ella?
¡Diooos! Era guapísima. Reconozco que lo primero que me vino a la mente fue aplaudirle pero no quería romper el ruido de fondo del mar ni el silencio de su mirada.
La historia termina ahí. No la volví a ver y lo único que recuerdo son sus ojos de color marrón verdoso y el vuelo de su cabello a merced del viento. 
Pese a que la foto tiene sus años, nunca olvidaré verla caminar por aquella playa con esa luz, y recordar la sensación de dejar de sentir frío cuando la vi de cerca.
Hace unos días publiqué esta misma imagen en un post en mi cuenta de Facebook y una amiga de toda la vida, del resto de la vida que me queda por vivir, me preguntaba: "Carter ¿como periodista no te has planteado volver a Ares para indagar sobre quién era?".
Siempre pienso que volver a intentar revivir el pasado conlleva el riesgo de sentir una frustración porque no somos los mismos, ni sentimos de igual manera que en aquellos momentos. Nunca nada es igual porque todo cambia.
Sin embargo, cada vez que oigo citar ese lugar, siempre noto una sensación extraña en mi garganta, como si me faltase el aire durante unos segundos, ya que vuelvo a revivir aquel instante que perdura en mi memoria y con la misma inquietud de siempre, no saber quién era... 
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jueves, 16 de abril de 2015

Sentido y sensibilidad. "¡Me voy de putas!"

Inmediaciones del lugar de la entrevista
En algunas ciudades existen calles cuya actividad cambia de forma radical con el devenir de las horas. Por la mañana son el campo de trabajo de actividades portuarias y por la noche el mayor lupanar callejero nunca imaginado. No recuerdo qué noche fue pero regresábamos a casa mi hija, mi compañera y yo. Al intentar acortar la ruta para que la llegada a casa no fuese más larga optamos por caminar por una de las principales avenidas portuarias de la ciudad.
Al poco de hacer nuestra incursión en dicha zona nos encontramos en la acera contraria a dos prostitutas. Una de ellas hacía ‘branding’ y de manera muy tangible al tener sus senos al descubierto, por lo que intentaba generar ‘viralidad’ entre los conductores que circulaban por la misma rúa.
Al percatarse de que veníamos con una niña, acto seguido, se cubrió los pechos y se puso de espaldas a nosotros. Me sorprendió y, al mismo tiempo, me encantó ese gesto de respeto y humildad, que evidenciaba que no era por los adultos, sino por nuestra criatura. Como si tal cosa proseguimos nuestra marcha.
Pero ya en casa tenía en mente cenar rápido y pertrecharme con el equipo de fotografía, libreta y grabadora y salir en busca de esa prostituta. Quería saber quién era; por qué estaba en esa situación y a quien debía su vida para llegar a eso.
Al salir por la puerta no se me ocurre otra ocurrencia que decirle a mi compañera: “¡Me voy de putas!”. Ella al verme con el equipo de faena ya se imaginaba perfectamente cuál era mi objetivo y con una sonrisa pícara va y me responde “bueno… cuídate”.
La mujer resultó ser de fuera de la ciudad. Había decidido ejercer tal oficio porque la conservera para la que trabajaba se fue a pique por la crisis  y se quedó sin “guita” para poder mantener a sus dos hijas menores.
“Soy puta, madre maltratada por un alcohólico, sin trabajo ni dinero”, me decía ‘Lupe’, su “nombre de guerra” aunque por aquí desde hace años “a pocos ‘se les dispara’ en cualquier callejón”.
“Vienen con lo justo, veinte miserables euros, y solo les falta pedir el libro de reclamaciones”, remarcaba ‘Lupe’.
Al explicarle que mi interés en dar con ella fue por el gesto de respeto hacia mi hija, la respuesta de ‘Lupe’ fue “qué menos, tengo dos niñas y nunca me gustaría que ellas me viesen ni supiesen que ejerzo de puta”.
“Aquí la gente es más puta que yo. Y más cínica. Basta que se enteren a qué te dedicas de noche para que seas una mierda”, a lo que yo le repliqué que eso no era cierto porque “evidencias que tienes educación y que vales un montón como persona”.
“Sí José, pero cuando estás en este sitio a esta hora intentando ganarte los cuartos, muy pocos entienden que somos personas. Y mucho menos se preocupan por charlar con nosotras e interesarse por nuestra vida y por quienes somos. Porque no somos nadie”, concluyó ‘Lupe’. 
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viernes, 10 de abril de 2015

Itaca

Estación de Vigo-Guixar.
Cuando emprendas tu viaje a Itaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.
Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes sensuales,
cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios.
Ten siempre a Itaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Itaca te enriquezca.
Itaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Itacas. (Konstantínos Pétrou Kaváfis).